«Un amanecer sereno. He contemplado el sol bañando el estudio con una luz anaranjada y brillante, y me he sentado para atrapar la visión del disco rojo justo cuando se detenía un segundo en el borde exacto del horizonte.» En 1973, May Sarton abandonó su casa de Nuevo Hampshire, escenario de toda esa vida interior y creativa que tan bien supo plasmar en Anhelo de raíces y Diario de una soledad, para trasladarse a una casa en la costa de Maine, un lugar solitario salvo en los meses de verano, con el mar, los bosques y los cielos inmensos siempre presentes. Al principio, la paz del lugar y el haber escapado a la angustia vivida durante tanto tiempo, que había llegado a asociar con la casa de Nuevo Hampshire, parece encerrar también un lado oscuro. Tal y como afirma la autora, «Me quedé cautivada por algo sobre lo que había leído unos años atrás sobre el hecho de que los japoneses, cuando atraviesan un periodo de paz, lo único que pintan son abanicos». Sin embargo, la pasión creativa regresó, y Sarton descubrió, así, que lo mucho que tenía que ofrecer no dependía de los demás; un descubrimiento de un valor excep