La historia, según una formulación bien conocida, es el camino de la razón que avanza, imparable, hacia el progreso, pese a recorrer también zonas de sombras y vías subterráneas. Astucias de la razón. Las revoluciones, en este sentido, serían entendidas por Marx como locomotoras del tren de la historia universal. No faltarán críticas hacia esta comprensión de la historia. Benjamin, por ejemplo, entendería las revoluciones de otro modo: como el gesto de la humanidad que, arrastrada por ese tren del supuesto progreso, trata de utilizar el freno de emergencia. Contra la (supuesta) historia «del progreso» a favor de la libertad (Hegel), del final de la lucha de clases (Marx), de la reconciliación a través de la técnica del hombre con la naturaleza (Ernst Jünger), la propuesta de Schelling no deja de resultar interesante, porque, en fechas significativamente coincidentes con la filosofía hegeliana, presenta un concepto de historia marcada ya para siempre por el mal. No se trata de que las heridas del espíritu curen sin dejar cicatriz (para el espíritu no hay heridas, sino solo momentos; estas únicamente existen para los hombres, que son quienes las hacen, las sufren y las viven), sino de que la historia misma es ya la herida de la que brota el tiempo y la que presenta, en su desarrollo, pruebas inequívocas de la irrupción de lo que no debería ser y, sin embargo es: el mal. Desde su Magisterschrift a la filosofía de la revelación, La limpidez del mal presenta un análisis del problema del mal en la filosofía de Schelling, la función estructural que este presenta en el curso de la historia y su relación con el tiempo, con especial hincapié en el Escrito sobre la libertad y en las Lecciones privadas de Stuttgart, para mostrar así otra odisea, ciertamente oscura, de la conciencia. La noche de la voluntad.