«Una ópera es una historia en la que una soprano y un tenor luchan para acostarse y un barítono se lo impide» (Bernard Shaw). Éstas, como otras muchas ocurrencias más o menos apócrifas, salpican al mundo de la ópera. Pero, claro está, todo es más complejo. Una sinfonía nos puede explicar muchas cosas al llegar a nuestros oídos. Pero sólo musicalmente; porque es sonido. También podrá exponérnoslas, pero con mucha más elocuencia, porque, como esa sinfonía, lo hará musicalmente apuntando directamente a la parte más ávida de sentimientos de nuestro corazón, pero también usando la palabra, que es un código con el que lidiamos a diario para comunicarnos, explicarnos, relacionarnos. Para vivir. La ópera es un tratado sobre la vida del ser humano... Pero no sólo eso. Es también un espectáculo. Wagner quiso patentarla como la «obra de arte total», pero llegó tarde; ya lo era cuando él dijo que se la iba a inventar. Desde que Monteverdi se ocupó de poner a cantar a Orfeo a principios del siglo XVII ya lo fue. Y lo sigue siendo hoy, aunque todavía millones de seres humanos no hayan tenido la oportunidad de comprobarlo