«Me dejé llevar por una fantasía: observando el rostro de un desconocido cualquiera, en la calle, en un café o en un lugar muy concurrido, es posible construir una historia sobre un fragmento de su vida.» «Nació para observar el mundo con asombro», escribe Sait Faik Abasyank sobre uno de sus muchos dobles que aparecen en estas historias, «asombrarse sin entender nada. Andar por las calles, ver y no ver lo que hace la gente». Un flâneur incorregible: así era Sait Faik, uno de los más grandes escritores turcos del siglo. Tras estudios irregulares, un puñado de años en Francia, débiles intentos, siempre infructuosos, de resignarse a cualquier profesión, el holgazán ávido de «amar a la gente» no hizo más que sumergirse en la bulliciosa y miserable existencia de los cosmopolitas barrios de Estambul, y observar con avidez, con los ojos siempre un poco brillantes debido al exceso de rak, no solo a los seres humanos en particular, le atraen ciertos «chicos de la vida», aunque casi nunca encuentra el valor para acercarse a ellos sino también a los perros, los pájaros, los peces, el cielo, el mar, los tranvías, las ba