La historia que escribe Jordi Amor es una historia aparentemente sencilla. Muy sencilla. Sencillísima. Pero solo en apariencia, claro.
Jordi Amor nos cuenta la historia de Sergi, un chico de unos treinta años que lleva una vida fácil, normativa, relativamente acomodada. Es profesor de educación física y vive en un piso compartido con otros compañeros. Sergi come bien, hace deporte diariamente, paga las facturas cuando toca, hace vacaciones, cuelga fotos regularmente en las redes sociales. Todo bien. Todo va como tiene que ir. Pero no del todo, claro.
«Enfosquiment» empieza con una pesadilla. Como una especie de premonición, de aviso, de promesa de que algo no saldrá bien. A partir de aquí, Jordi Amor nos presenta un misterio que no nos resuelve. Prefiere explicarnos mejor quién es Sergi. Sergi, este chico dócil, sin ninguna opinión de nada, sin personalidad, sin sangre en las venas. Este joven que parece totalmente desconectado. Este chico apático. Una carcasa vacía. Un espectro.
¿Quién es Sergi? ¿Qué es toda esta pasividad ante la vida? Pero no, no es solo esto, porque Amor también trabaja de manera sublime el tono de la novela. Tiene un estilo depuradísimo que consigue agobiar al lector abocando en él toda la ansiedad, angustia e inseguridad propias de alguien con una mente acelerada por las imposiciones del día a día. El narrador omnisciente habla por todos los personajes y todos los personajes tienen (demasiadas) cosas que decirnos: con (demasiados) matices, con (demasiados) adjetivos, con (demasiadas) explicaciones. Y no, no cansa. No cansa en absoluto porque el talento de Jordi Amor permite que todas estas voces que nos hablan conecten con nosotros de algún modo. Porque esto también pasa, que te dejas convencer por los argumentos de todos y cada uno de los personajes. Desde los locatarios rácanos y cotillas, hasta a Ilona, la novia tóxica y autodestructiva de su hermano. Todos tienen su espacio para decir y para excusarse. Para explicarse y desahogarse. Y Sergi está allí. Siempre está allí, escuchando, atendiendo, presenciando. Respondiendo siempre como se espera que responda. Siempre de cara a los demás. Siempre enfocado en la apariencia.
«Enfosquiment» me ha recordado a Kafka y a Thomas Mann. Me ha recordado, también, a «Consumo preferente» de Andrea Genovart, seguramente por esta voz erosionada, cansada, pasiva ante el curso de la vida del siglo XXI. Adoré el capítulo 9 y el monólogo de la vieja. Me horrorizó y entristeció mucho el capítulo 11 y el puño americano. Diría que «Enfosquiment» habla de como las situaciones más normales del día a día pueden ir tomando gradualmente un tono esperpéntico y horroroso. Oscureciéndose, tomando un tono severo y perverso. En definitiva, se trata de un libro para disfrutar sin prisas, dejando que estas voces extrañas y perversas entren, poco a poco, en nuestra conciencia.
Cristina.