Los libros de aforismos hay que leerlos como quien busca pepitas de oro en un río.
El luto se ha sustituido por las gafas de sol.
Cometemos el error de pensar que estar vivos es normal y corriente cuando es excepcional y asombroso.
No poder volar también es una minusvalía.
Los que mueren ahogados al salvar a otro de morir ahogado se merecen una estatua en la costa.
Las enemistades suelen ser amistades estropeadas.
Confundir la religión con los curas es como confundir la literatura con los malos escritores.
Con los que no leen se puede hablar pero no se puede dialogar.
Ramón Eder (Lumbier, Navarra, 1952) es un aforista singular y, sin duda, necesario. Estudió filosofía en la Universidad de Vincennes (París), y no ha mostrado el menor interés por los géneros literarios mejor vendidos, como la novela o el ensayo. Cuando se decanta por alguno de los géneros históricos, como la poesía lírica (Axaxaxas mlö, 1985, Lágrimas de cocodrilo, 1988) o el relato breve (La mitad es más que el todo, 1998), no oculta su actitud irónica y su ánimo ciertamente humorístico. Durante los últimos años cultiva preferentemente, y con innegable fortuna, el género aforístico. En la colección «A la mínima» de Renacimiento ha publicado La vida ondulante (2012), Aire de comedia (2015) e Ironías (2016), y en la colección «Los Cuatro Vientos» ha publicado Palmeras solitarias (2018), con el que recibió el Premio AdA de Aforismo al mejor libro de 2018 y el Premio Euskadi 2019 de literatura en castellano.