Gabriel Miró se refería a Las cerezas del cementerio como su «primera novela», tras una década de publicar relatos, cuentos y estampas. Pero es mucho más dado que Las cerezas del cementerio contiene todos los elementos que serán la nervatura del resto de su narrativa: el subjetivismo de los personajes, la exquisitez en las descripciones y el poroso sensualismo donde sumerge al ambiente.
Unas características que, más allá de singularizarlo en la literatura hispánica, convierten a Gabriel Miró en el novelista español más cercano a Marcel Proust o a Virginia Wolf, pues, como estos, sus argumentos —y Las cerezas del cementerio no es sino un bellísimo exponente— nos muestran como las pulsiones íntimas —en este caso, eróticas— disturban la relación de los personajes con cualquier realidad.
Por todo ello, Las cerezas del cementerio no es tanto una novela de su época como una magnífica anticipación de los nuevos modos narrativos que dominarán el s. XX