«A mi hija, si yo no le enseño, llega muy justa a saber leer. En clase no practican ni les mandan deberes para casa. Han desaparecido libros, exámenes… Todo es vivencial».
Esta es la queja de una madre que no entiende lo que se hace en muchas escuelas, y esa incomprensión parece generalizarse.
¿Qué está pasando? Está pasando que mientras se baja la exigencia y el rendimiento, se inflan los resultados (las notas).
Está pasando que la docencia es cada vez una profesión menos atractiva, que los estudiantes se han convertido en consumidores y los profesores en proveedores de servicios, y que pretendemos lograr el bienestar de los estudiantes a expensas del éxito académico, cuando debería ser al revés. Está pasando que nunca ha habido más pedagogos, psicopedagogos y terapeutas por metro cuadrado. Y, sin embargo, no sabemos garantizar la calidad de nuestros sistemas educativos. Hoy día, por ejemplo, la palabra repetición evoca enseguida daños emocionales en el repetidor, ignorando los perjuicios a los que se condena de por vida a aquellos que finalizan su enseñanza obligatoria con dificultades severas a la hora de comprender un texto mínimamente complejo.