En Todos los cuerpos, el cuerpo, Jesús Pacheco nos invita a adentrarnos en un laberinto ecfrástico que puede leerse al tiempo como un autorretrato en verso convexo, como una acuarela que evoca el mundo perdido de la infancia y como un óleo pintado con los trazos del desgarro existencial. El combate entre cuerpo y escritura, plasmado en una atmósfera envolvente y llevado por un ritmo poderoso, muestra la identidad de un yo en progreso y la construcción del proceso discursivo. He aquí, en fin, una voz original que ya no es la suma de distintos ecos formativos, sino la decantación de un estilo en el que se funden la plasticidad visual, la imaginación fulgurante y el examen de conciencia. Apenas cruzado el umbral de los veinte años, Jesús Pacheco abandona con este libro el brumoso limbo de las promesas para instalarse en la tierra firme de las evidencias. Pónganse delante de un lienzo en blanco (medidas recomendadas: 34 x 29 centímetros) y atrévanse a mirar.