En el preámbulo del que es sin duda el libro más intrépido y personal de su autora, Noemí Ulla declara: «Algo que puede parecer retórico fundó esta urdimbre: la pasión por escribir y la necesidad de sobrevivencia, que no es ni más ni menos que la necesidad de dar un lugar real a las diferentes voces que pueden obsesionarnos». Son esas voces íntimas (que llegan al lector como en sordina) las que confieren tono y textura a la obra marcando el ritmo de la narración. Dividido en secciones de esquema fragmentario y gran intensidad lírica, el texto nos adentra en un mundo privado hecho de gestos y de sensaciones que abre sus puertas clandestinamente a la mirada del observador. Prescinde de la trama para envolvernos en el cañamazo de una experiencia hundida en el recuerdo que emerge hasta el presente gracias a la potencia material del lenguaje, a una palabra-cuerpo que se obstina en el empeño de «contar y cantar», cruzando tiempos y espacios en pos de tercos fantasmas encastillados en la conciencia profunda: en los anhelos y los amores truncados, en el deseo, en el sexo, en la paternidad. Novela memorable hasta la