Por largo tiempo descatalogada en ultramar, y sin que jamás
llegara a ver la luz en España, esta obra resulta de inestimable
valía para asomar el oído a los prodigios que ha ido alumbrando
la música cubana a lo largo de su historia —por ser, entre otras
muchas cosas dignas de encomio (y también harto controvertidas),
el primer tratado en la materia—. Desde las apenas perceptibles
huellas del sustrato musical aborigen —sobre las que se
asentara, sin excesiva misericordia, la música sacra colonial—
hasta el feliz mestizaje obrado entre la música popular europea y
las diferentes tradiciones de raíz africana, se nos ofrece un instructivo
recorrido por los avatares insulares de esta disciplina artística,
desde que frailes, buscavidas y negreros pusieran pie en la mayor
de las Antillas, hasta los prolegómenos de su difusión y reconocimiento
mediada la pasada centuria; deteniéndose a las puertas
de las extáticas descargas que obrarían las orquestas y conjuntos de
afrodescendientes y criollos a fin de reclamar su cachito de gloria
en tan poliédrico paraíso musical. Podría afirmarse, pues, que a las
puertas de dos revoluciones que iban a sacudir los cimientos de la
isla: la musical y la política. Revoluciones ambas a las que no fue
ajeno el devenir del autor de esta obra pionera.
A Carpentier, por encargo de Fondo de Cultura Económica en
1939, le cupo el honor de ser el primero en emprender ese largo
viaje en el tiempo, sin precedente conocido ni parangón, con el
propósito de dar noticia de la génesis de la música cubana hasta
1945, año en el que pone fin a este singular paseo por las esencias
de un acervo musical «en cuyas melodías se encuentran y se
funden los elementos, primitivos y refinados, de tres continentes,
explorando un rico universo musical cuyos vértices estéticos y
emocionales descansan en las tradiciones de cada uno de ellos»,
sentenciaría Luis Álvarez.
Acaso faltara tiempo entonces para reposar y ponderar todo lo
aquí tratado, pero, por vez primera, fue posible consultar un
manual en el que no solo se diera cuenta de la labor de ciertas
luminarias olvidadas, desde Salas a García Caturla, sino que se
trazó una perspectiva muy necesaria de las diversas aportaciones
que fueron jalonándose a lo largo de la historia de la música
cubana; reivindicando, a su vez, la fundamental importancia
de las contribuciones africanas —en, dicho sea de paso, un erial
historiográfico que apenas hacía mención a uno de sus más
grandes tesoro