El agua empapa la tierra. Las raíces de los árboles y los matorrales que forman una maraña en el subsuelo, la sostienen, todo forma parte de un equilibrio primigenio. Pero la montaña se quema, las máquinas cortan de un tajo la roca para trazar la carretera, el musgo y las raíces desaparecen y continúa lloviendo. Lo hace hasta que la tierra se hace blanda, algo se quiebra y una masa inmensa se derrumba monte abajo. Y en ese movimiento gigantesco lo arrastra todo a su paso. Es el argayu, metáfora que acecha nuestras vidas, tamizadas por las renuncias, temores, goces y fracasos. Este Argayu/Derrumbe es una apelación a la memoria viva de un mundo rural que se desvanece. Un derrumbe que sobrecoge desde su verdad más íntima.